“Los niños quelemos la paz” Hugo Tamayo

 

“Los niños quelemos la paz”

Un relato con motivo de los 20 años de la toma a Granada, Antioquia

Por: Hugo Tamayo enero 22, 2021

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“Los niños quelemos la paz”

—¡Los niños quelemos la paz, los niños quelemos la paz!, coreaban dos niñas de cuatro y seis años, en la cabeza del desfile mientras saltaban, daban vueltas y esparcían pétalos de flores sobre el pavimento.

Este desfile terminaría su recorrido en el parque de la Vida, donde se daría cierre a los eventos para recordar y hacerle memoria a las víctimas de la toma guerrillera, hecha por Las Farc en el municipio de Granada, Antioquia, los días 6 y 7 de diciembre del año 2000. También en la mañana hubo una eucaristía y la presentación de un documental por el mismo motivo.

Afuera, a un costado de la iglesia, sobre el andén, tenían listos veinte cirios representando los 15 civiles y 5 agentes de la policía caídas en medio de esta toma. Y diagonal, en la mitad de la calle, se encontraban algunos familiares y amigos a la espera de la autorización para tomar estos cirios y entrar a la iglesia para así empezar el homenaje a sus amigos, compañeros y seres queridos.

A las 10:00 de la mañana, en fila india, uno a uno atravesaron el atrio y fueron ingresando hacia el interior del templo los que cargaban las gruesas velas donde tenían adherido el nombre de cada víctima. La iglesia estaba con el aforo autorizado desde muy temprano y ya nadie más podía ingresar a su interior.

“Veinte hijos de esta comunidad están representados aquí”, dijo el sacerdote en la homilía refiriéndose a las personas sacrificadas en ese diciembre del año 2000. “Los desmovilizados están dispuestos a pedir perdón”, también expresó Nora Ossa en su intervención, cuando se paró al pie del atril a expresar algunas palabras de esperanza por la paz, el perdón y la reconciliación; pues ella terminó diciendo: “Ellos ─los desmovilizados─ quieren abrazar a la comunidad y que la comunidad los abrace”, refiriéndose a frases de un comunicado de 14 páginas que los ex guerrilleros le habían hecho llegar.

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Mientras yo escuchaba estas intervenciones desde la puerta del templo, un agente de policía que vino a acompañar la comitiva que asistió a hacerle memoria a sus cinco compañeros, y que se encontraba a mi lado, me dijo:

—Lo invito, ahora que termine la misa, a que nos acompañe a ver el documental “Granada, relato de un perdón”, que la institución va a presentar allí —y me señaló la Casa de la cultura.

Acepté la invitación.

Antes de empezar a rodar la cinta, la coronel Alba Patricia Lanceros Silva, en representación de la policía nacional, se dirigió al público, rogando por el perdón, dijo: “El que perdona se libra de muchas cargas, se cura de muchas enfermedades”. La misma era la actitud de varios familiares de víctimas civiles. Una de ellas, Gloria Quintero, presente en homenaje a su hermano, me pidió: “No hablemos más de que somos víctimas y menos con odio porque qué le vamos a dejar a nuestros hijos”.

El desfile de alumbramiento

Igual que en el evento de la mañana, la comunidad se congregó al pie del atrio de la iglesia parroquial, listos con su vela para encenderla en el momento en que dieran la orden de partir. Allí, la señora Quintero, Gloria Ramírez y demás colaboradores en el desarrollo de la programación, empezaron a organizar a las personas y a los representantes de las diferentes instituciones del municipio, para que este desfile se hiciera en orden y como estaba planeado. Hasta un perrito callejero quería participar, pues merodeaba inquieto en medio de los presentes.

A las 6:30 de la tarde dieron los primeros pasos por el centro de la calle cuatro niños que portaban un cartel que rezaba: “Los niños y las niñas queremos como herencia la paz”. Y, por cada costado de la vía, a paso lento, muy lento, caminaban con la vela encendida, cada uno de los integrantes.

A la altura del sitio donde estalló el carro bomba en esta fecha fatídica —que fue el abrebocas de la toma por parte de las Farc─, los caminantes se detuvieron y las dos niñas se desprendieron de la pancarta, la dejaron en posición de los otros dos niños para empezar a saltar y gritar: “Los niños quelemos la paz”. “Los niños quelemos la paz…”. A la vez que saltaban, extraían pétalos de una bolsa de flores y los esparcían sobre el pavimento. En esta labor también las acompañaba una niña de 9 años, hija de Gloria Quintero, que le decía a las niñas: ¡Más duro, más duro!, con la esperanza de que esa frase calara en toda una comunidad ─que solo quiere hablar de paz y perdón─ y que estaba pendiente de los acontecimientos; pues la emisora, Granada Estéreo, se encontraba transmitiendo en directo todos estos actos. Luego las niñas volvieron a colaborar con la pancarta a los otros dos niños y la multitud continuó su recorrido, tan despacio como lo venía haciendo, hasta llegar al parque de la Vida, donde se haría el último evento de memoria en este día.

Los protagonistas del desfile fueron tomando posición y uno a uno se sentaron, ocupando por completo los siete escalones de las graderías de cemento de este sitio, adornado por un sinnúmero de plantas a su alrededor. En las horas de la tarde noté que, al parecer, allí vive una persona ordenando el sitio continuamente: ni un solo papel en el suelo. Las durantas, unas plantas con sus hojas amarillas por la parte dentada y verde en su interior, brillan tanto, que cuando les da el sol parece que ayudaran a enviarle a los apartamentos que tienen al frente, los reflejos de luz. Estas matas, como los pinos y demás especies, al pie de sus raíces, no tenían la más mínima maleza que les obstruyera la savia para seguir su crecimiento y continuar la vida. Por algo será que se llama el parque de la Vida; ese nombre que salió del corazón de los granadinos, cuando sus heridas todavía sangraban, luego de que nuestro pueblo quedara destruido con las pipetas de gas la fecha arriba mencionada. Los que no alcanzamos asiento, nos quedamos de pie para seguir participando del evento.

Pusieron a rodar un video. En este, al igual que en los demás actos, en casi todo el rodaje escuchamos hablar de los hechos como historia, como un recuerdo, como si el tiempo fuera curando las heridas. A tal punto que cuando lo estábamos viendo y escuchamos las declaraciones de Mario Gómez: “Aquí mataron de todo, señoras, señores, viejos, jóvenes, bobos, avispados…” al unísono se escuchó una larga carcajada por parte de los asistentes por la forma tan coloquial que el señor Gómez se refirió al tema.

“Así duela un poquito, tenemos que recordar. Buscamos que la gente se sensibilice. Así sea para dentro de veinte, veinticinco, treinta años, este legado se lo tenemos que dejar a nuestros hijos y nietos”, dijo Gloria Ramirez (abuela de tres de las niñas que cargaban la pancarta y madre del otro niño), cuando terminó el video. E insistía: “Esas enseñanzas, esos conocimientos, tenemos que dejárselos como herencia a nuestros descendientes”. Y, mientras las personas escuchaban esta intervención, Gloria Quintero servía y servía aromáticas de maracuyá, porque, Aracely Santana, que las repartía, cada instante regresaba diciendo: “otro poquito, otro poquito que por allí falta gente”.

La misma señora Santana me dijo: “Somos personas del mismo pueblo que nos han orientado y capacitado desde la Unidad de víctimas. Nosotras vamos de vereda en vereda haciendo el trabajo psicosocial. ¿En quién más va a confiar el campesino, sino en los mismos de su comunidad? Porque ellos dicen que el psicólogo es para los locos. Creen más en nosotros mismos y les llevamos talleres y diversión. Es la manera de volver a unir ese tejido que se rompió con la violencia ─y pone de ejemplo a una víctima─: A una señora le mataron el esposo y no podía entender que la guerrilla, que fue la que se lo mató, sus hijos estuvieran integrando esa gente, siendo su propio papá. Pero ella fue entendiendo y ahora es una más del grupo de apoyo. Ella decía: cada día estoy más enferma, si yo no perdono, si yo no saco esto, yo sé que me voy a morir”.

Mientras Amparo Suarez, madre de dos asesinados y otros dos desaparecidos, degustaba la aromática, le pregunté cómo se sentía hoy, después de haberle entregado esos hijos a la guerra. Y me contestó: “A uno siempre se le torean los nerviecitos por ahí, pero yo ya me siento muy bien. Yo, desde que vino esa gente (Pastor Alape en representación de las Farc el 23 de septiembre de 2017) a pedir perdón aquí; si ellos mañana vienen y me dicen que necesitan algo, soy capaz de llevármelos para la casa y llenarles la barriga. Yo he dicho que por la salvación de mis hijos, les perdono para que ellos también se salven. Y es de corazón que les perdono”.

Hablando de perdón, la señora Quintero, a quien siempre vemos con su hija de nueve años, dice que nunca tiene que invitar a su niña a participar en todo lo que tenga que ver con paz, memoria y reconciliación, “ella solo me pregunta para dónde voy y ahí mismo sale detrás de mí ─y termina diciendo─: yo nunca le he hablado con odio sobre la desaparición de mi hermano y demás víctimas, ella sola se empoderó del tema y de todo el proceso que llevamos aquí en Granada.

En todos los actos de este día vimos cómo las madres granadinas, que han sido las más golpeadas, están preparando todo un semillero para defender la vida, pues esos niños, gritando al pie de donde pusieron un carrobomba: “Nosotlos, los niños, quelemos la paz. Nosotros, los niños, quelemos la paz…”, algo va quedando en sus inconscientes y estoy casi seguro que lo van a replicar en la vida de adultos.




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