Dos notas de prensa sobre MALE CORREA
La destacada compañera MALE CORREA ha sido notoria como artista gráfica. Ahora se empieza a hacer conocida como una escritora refinada en su libro debut, DOS-CONOCIDOS. Nos alegra mucho recopilar 2 notas de prensa que dan cuenta de su desempeño en ambas facetas de la cultura.
Male Correa, una artista que no le teme a la repetición
La artista se ha formado en los talleres de Luis Fernando Macías y Ángela María Restrepo.
En uno de los sótanos de un edificio de El Poblado la pintora y escritora Male Correa cuenta que durante mucho tiempo intentó que la gente la llamara por su nombre civil –María Adelaida Correa– y no por ese sobrenombre que sus hermanos le pusieron en la infancia por la dificultad de sus lenguas de niños de pronunciar las vocales de Adelaida. Sin embargo, el tiempo hizo que desistiera de esa intención de corregir a los demás.
Esta anécdota resulta iluminadora. Y lo es porque la obra –visual y escrita– de Correa explora los mecanismos de la identidad. Su trabajo con los grabados y con las palabras inquiere por los dispositivos que hacen que un individuo sepa –o crea saber– quien es él en el mundo y qué lo diferencia de los demás.
En el caso de Correa, este asunto no se queda en el plano de la retórica. De eso da testimonio Dosconocidos –así, un juego de palabras con “desconocidos”–, una novela mosaico que da cuenta de la relación de Male con Mario, su padre. Él, durante muchos años, apenas fue una fotografía de cédula pegada en una parte de la casa materna y, de un momento a otro, se convirtió en un contertulio de su hija artista. Aunque la escritura y la lectura hicieron posible que ella y Mario se acercaran y conocieran, no tuvieron el tiempo necesario de limar todas las asperezas. Por ejemplo, Male nunca lo llamó papá. Aún no lo hace. Sin embargo, el vínculo llegó al punto que los últimos días de su vida los pasó Mario con las manos ocupadas en llenar hojas que contaran su vida y su lucha contra el alcohol. Lo hizo a instancias de Male.
Al morir Mario, Male quedó con la misión de publicar el libro. No obstante, por esas vueltas que da la vida y de las que nadie es responsable del todo, las memorias no conocieron la luz pública. Tuvieron un destino más lírico, si cabe la palabra: el de convertirse en soporte e inspiración de algunas de las obras de Male. Toda esta historia está y no en el libro. También está y no en las pinturas de Male, que por estos días son exhibidas en el Museo Maja de Jericó. Porque –de nuevo– su obra se preocupa por los pasadizos de la identidad. Y ella lo dice con claridad: “Uno no sabe quién es, si no sabe de dónde viene. Mucho de mi trabajo es una búsqueda de mi papá”.
Como si esto fuera poco, el arte de Correa tiene otro estímulo para inquirir sobre las cuestiones del yo. Nació diez minutos después de su hermana gemela. Ya se sabe: los gemelos tienen una mirada peculiar respecto a la infancia, los papeles que cada quien desempeña en la sociedad.
Mientras el doble de todos está en la piel del espejo, ellos –los gemelos– lo tienen más cerca, a pocos metros de distancia. Incluso, esto se presta para los juegos. Male recuerda que varias veces ella y su gemela han cambiado de identidad y de gustos. Para mencionar un ejemplo, recuerda que su hermana ganó en la adolescencia un premio de cuento mientras ella por entonces estaba interesada en la caligrafía. Ahora pasa lo contrario: la gemela es calígrafa y Male es la que ha publicado un libro.
Esta experiencia tan visceral del doble se ha materializado en las pinturas de Male. Ella se pinta y al hacerlo pinta a su otro yo, su hermana.
Sobre “Dosconocidos”, de Male Correa
Los que no se conocen, los “dos–conocidos”, son un padre y una hija. Aclaro, ese padre tuvo
tres hijos con la misma madre. Male Correa, que no solo es escritora sino
también artista plástica y, además, gemela —con las cosas muy particulares y únicas de
los que tienen un otro casi idéntico— nos va contando…

Los que no se conocen, los “dos–conocidos”, son un padre y una hija. Aclaro, ese padre tuvo tres hijos con la misma madre. Male Correa, que no solo es escritora sino también artista plástica y, además, gemela —con las cosas muy particulares y únicas de los que tienen un otro casi idéntico— nos va contando en una secuencia de pequeños ensayos, que son una mezcla de pensamientos, de recuerdos y de conversaciones con ella misma, lo que fue eso de no contar con la presencia de su padre, y de acercarse a él cuando ella a su vez ya era madre, comprendiendo que la vida es un sistema de deudas y legados que nos caen por azar.
Cada fragmento de recuerdo o capítulo con el que se construye esta novela es redondo en sí mismo; contiene una historia completa, sensible y llena de color e intensidad. En estos, uno ve y huele y oye lo que fue ocurriendo durante los años de maduración de la autora, al tiempo que oye lo que de niña, adolescente y adulta pensaba y sentía.
En el conjunto de las historias hay una sensación de líneas asintóticas, de historias paralelas (una línea asintótica es una línea recta a la que una curva se aproxima indefinidamente, pero sin llegar a tocarla). Los que rodean a Male: su hermana, su abuela, su tío, sus compañeras del colegio y, principalmente, su padre— y ella, que, aunque no es el propósito del libro termina revelándose. Uno descubre a la autora en sus molestias, alegrías, rabias, desdichas, indiferencias y en su humor. No hay nada vanidoso ni pretensioso en lo escrito. Esa es una de las cosas más bellas y sorprendentes de este libro: que es una historia personal sin asomos de narcisismo. No hay ni un rastro de esa autocompasión calculada que se usa para engrandecerse. La desnudez de las historias y la belleza de la escritura hacen de esta novela una altamente poética y conmovedora.
Es un libro muy corto y concentrado que hace reír y hace llorar. Se quedan en mi recuerdo muchos momentos y situaciones, como el de la niña que “conoce” a su padre por una foto que está detrás de una puerta. Y ella conversa con esa fotografía. Ese padre platónico solo tiene cara y es muy buen mozo, pero luego ella lo conoce personalmente, y la realidad impone su peso. Se queda en mi recuerdo su “pecado mortal” de niña, y la frase, “Madre admirable, quita de mi alma tanta maldad”. Se queda, la espera frente a la habitación del moribundo y la solemnidad rota cuando el hombre, recién ungido por el sacerdote, la solicita para algo… para pedirle una Coca-Cola. La vida tiene estas ironías, estas pausas absurdas en medio del gran drama. Uno quisiera recordar todas las historias que Male Correa nos cuenta, cada una.
La novela me hizo pensar en el sufrimiento de los niños que se saben distintos. Las dos niñas no son iguales a las demás porque no tienen papá. Esta otra dimensión de la condición del huérfano. No es solo lo que no se tiene, que ya de por sí es doloroso, sino el dolor de la comparación, de carecer de algo que “todo” el mundo tiene. Me hace pensar en la compasión y en la amistad y en la generosidad del corazón.
Al final, la última reflexión es una epifanía que lo subvierte todo. No la contaré. Hay libros que se deben leer para eso, para entender que la realidad puede ser volteada por una idea. Esto es arte, es literatura.
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